Soy un amante bígamo de la fotografía y la música, me sería imposible elegir solamente a una, ni tratar de separarlas jamás. A la hora de crear, la cosa simplemente fluye.
Me encanta cuando fotografía me da el grano de la película analógica y me pide que usemos nuestros artilugios metálicos de los 70 o los juguetitos de plástico de los 90. A veces lo quiere rápido, instantáneo, dentro de un marco Polaroid. Otras, en cambio tardo un semana en volver a verla, mientras la dejo dándose un baño de químicos sin saber qué será de ella cuando vuelva. Unas veces ha vuelto irreconocible, con un brillo particular, o con alguna ligera niebla, pero a menudo el reencuentro es inigualable, de un gozo mayor al que cabía esperar.
Los tiempos han permitido que la relación con ella sea más constante, siempre está preparada cuando la requiero, siempre tiene una foto para mí, con sus píxeles bien peinados y un perfecto equilibrio de blancos en su sonrisa. Todos los días del año hay un momento en que hace que comparta en las redes sociales nuestro amor. Podréis pensar que es demasiado requerimiento, o que la relación se ha vuelto monótona, pero hay veranos en los que decidimos volver a tener un rollo, o varios, muchísimos en realidad, e inviernos también. En ese momento no me da ningún miedo el soltar la rienda, cortamos la relación dospuntocero, pero nos dejamos llevar más por la imaginación, nunca la ilumino demasiado, por no desvelarla, pero siempre la llevo conmigo, aunque nos separe un cubilete o el trasero de una de mis cámaras.